Un visitante del Jardín me hizo varias preguntas muy especificas sobre el compost y me lleva a publicar esta entrada, tan técnica, acerca de la forma en que yo lo elaboro.
PASO 1.- Reunir el material vegetal de partida.
Recojo la mayor cantidad posible, restos del huerto, hierbas de desbroce, recortes de cesped... y lo voy echando en un montón como éste:
Todo vale, porque aunque sería mejor no echar semillas, evitarlo es casi imposible y en el proceso de compostaje mueren casi todas. Recojo restos de un terreno grande, de unos 2000 m2, lo cual da mucho material.
Como mi terreno esta en dos niveles y acarrear material de arriba abajo es muy costoso hago compost en los dos sitios. En el montón de abajo la cosa cambia un poco porque allí está el gallinero. Entonces, toda la materia vegetal que se produce abajo, junto con los restos de la cocina, se la extiendo por su corral. Las gallinas son felices escarbando en los restos y debajo de esa alfombra se crían hermosas lombrices
Nuestro Jardín - huerto biológico y de Permacultura al pié del Pirineo. Mis experiencias y Reflexiones.
Garbanzos y rentabilidad
Al final de la primavera, despues de haber plantado todo, aún quedaba libre un trocito del huerto. Se me ocurrió plantar garbanzos. No tenía ni idea de cómo era la planta ni de su cultivo. Cogí de la cocina un puñadito de garbanzos bio de los que tenemos para comer, los puse a germinar en un platito con agua entre dos servilletas de papel y a los dos-tres días "todos" habían brotado con su puntita blanca. Así que los planté en el huerto sobrante en dos hileras, separados entre sí unos 5 cm. Crecieron muy bien sin apenas riegos y sin más trabajo que quitar algunas hierbas invasoras hasta que acolché el suelo con paja.Crecieron hasta hacerse una matitas de unos dos palmos de altura, que llegado su momento, dan unas pequeñas vainas que contienen cada una 1 ó 2 garbanzos. Aún no los hemos probado pero tienen buen aspecto.
El cultivo no ofreció dificultades y al final se recogen las plantas y se dejan secar. Lo laborioso fue después separar manualmente los garbanzos de las matas. No son tan gordos como los que se pueden comprar y obtuve, después de lento trabajo, como 2-3 kilos, suficiente para un invierno familiar.
No obstante no creo que repita la experiencia pues al precio de los garbanzos, incluso biológicos, pienso que no vale la pena.
Esto me ha hecho reflexionar sobre la rentabilidad de las cosas. Si contara fielmente las horas que utilizo para cultivar patatas, o tomates o calabacines y el precio de todo ello en el mercado, seguro que tampoco nada de esto es rentable.
Me he dado cuenta de que consideramos rentables muchas cosas que en realidad no lo son y simplemente "olvidamos" incluir los costes que no nos interesa ver. Así, el coste de una prenda de ropa que nos parece de buena relación calidad precio no tiene en cuenta las condiciones laborales de quien la trabajó a miles de Kms. de distancia, ni la contaminación del colorante que se utilizó en condiciones insalubres. Lo mismo sucede cuando compramos un esparrago que se cultivó en un país donde se utilizan herbicidas que en Europa están prohibidos por nocivos para la salud, y donde el agricultor trabaja en condiciones muy cercanas a la esclavitud; es evidente que puede resultarnos más barato que uno cultivado en nuestro propio país , pero cerramos los ojos a esos costes y así podemos verlo como una buena compra. Y qué decir del Kw fabricado en una central nuclear, que no tiene en cuenta el coste que habrán de pagar en salud y economía las generaciones de los próximos mil años... Estoy seguro de que mi Jardín sería más rentable si en vez de reciclar nuestra basura la echara en el jardín vecino; sólo necesitaría no mirar en esa dirección...
Pero tengo la impresión de que , aunque cerrar los ojos es una buena técnica para ver solo el lado hermoso de la vida, es todo lo contrario de la visión global de Gautama, que preside el Jardín. El Jardín es en realidad la tierra entera . Y mi jardín es el trocito de planeta que está a mi cuidado.
Creo que el año próximo volveré a plantar garbanzos.
El cultivo no ofreció dificultades y al final se recogen las plantas y se dejan secar. Lo laborioso fue después separar manualmente los garbanzos de las matas. No son tan gordos como los que se pueden comprar y obtuve, después de lento trabajo, como 2-3 kilos, suficiente para un invierno familiar.
No obstante no creo que repita la experiencia pues al precio de los garbanzos, incluso biológicos, pienso que no vale la pena.
Esto me ha hecho reflexionar sobre la rentabilidad de las cosas. Si contara fielmente las horas que utilizo para cultivar patatas, o tomates o calabacines y el precio de todo ello en el mercado, seguro que tampoco nada de esto es rentable.
Me he dado cuenta de que consideramos rentables muchas cosas que en realidad no lo son y simplemente "olvidamos" incluir los costes que no nos interesa ver. Así, el coste de una prenda de ropa que nos parece de buena relación calidad precio no tiene en cuenta las condiciones laborales de quien la trabajó a miles de Kms. de distancia, ni la contaminación del colorante que se utilizó en condiciones insalubres. Lo mismo sucede cuando compramos un esparrago que se cultivó en un país donde se utilizan herbicidas que en Europa están prohibidos por nocivos para la salud, y donde el agricultor trabaja en condiciones muy cercanas a la esclavitud; es evidente que puede resultarnos más barato que uno cultivado en nuestro propio país , pero cerramos los ojos a esos costes y así podemos verlo como una buena compra. Y qué decir del Kw fabricado en una central nuclear, que no tiene en cuenta el coste que habrán de pagar en salud y economía las generaciones de los próximos mil años... Estoy seguro de que mi Jardín sería más rentable si en vez de reciclar nuestra basura la echara en el jardín vecino; sólo necesitaría no mirar en esa dirección...
Pero tengo la impresión de que , aunque cerrar los ojos es una buena técnica para ver solo el lado hermoso de la vida, es todo lo contrario de la visión global de Gautama, que preside el Jardín. El Jardín es en realidad la tierra entera . Y mi jardín es el trocito de planeta que está a mi cuidado.
Creo que el año próximo volveré a plantar garbanzos.
Colores de otoño. Y mis amigos los sapos.
Este otoño tan cálido está dejando días deliciosos en estos climas fríos. Aunque las noches son ya largas y rondan los 4-6 grados, durante el día el sol calienta y hace la vida más confortable que años anteriores. Toda la naturaleza agradece esta calidez: los árboles respiran aliviados del calor del verano y pueden seguir creciendo y mantienen sus hojas que van cambiando de color; Otros años las hojas caían súbitamente un día de viento y este periodo otoñal no existía.
Cada árbol de hoja caduca tiene su particular tono de otoño y su momento concreto para que aparezca el color. Parece como si se organizaran para mantener una paleta de colores: Primero amarillean los Chopos, luego el Castaño de Indias y el Liriodendrón, luego los Arces, después el Tilo.. y finálmente es el Roble el que cierra la paleta con su tono de marrón que permanece todo el invierno. De postre, con los fríos de más allá de 10 bajo cero, la hoja del boj se hiela y cambia del verde oscuro al naranja-marrón. Y como fondo de todo, el Pino mantiene su verde imperturbable.
Las flores aún aguantan un poco. Y algunos bulbos de Jacinto y Tulipán que estaban durmiendo, andan confusos pensando que ya es primavera y se han lanzado a brotar de nuevo.
He rescatado en fotos este abanico de colores del otoño.
Este Aster florece al final del verano y pone una nota de color cuando parece que ya no es tiempo de flores. Permanecen lozanas muchos días sin pestañear y además cortadas y puestas dentro de casa en un jarroncito con agua duran unos 20 días en perfecto estado con ese luminoso tono de azul-violeta.
El Alquequenje ( Physakis alkekenjis) da estos curiosos farolillos que son vainas en cuyo interior hay un par de semillas. Se pueden recoger unos cuantos y puestos en un plato o cestillo mantienen su color y su forma todo el año, y alegran el invierno con su brillante naranja.
Cada árbol de hoja caduca tiene su particular tono de otoño y su momento concreto para que aparezca el color. Parece como si se organizaran para mantener una paleta de colores: Primero amarillean los Chopos, luego el Castaño de Indias y el Liriodendrón, luego los Arces, después el Tilo.. y finálmente es el Roble el que cierra la paleta con su tono de marrón que permanece todo el invierno. De postre, con los fríos de más allá de 10 bajo cero, la hoja del boj se hiela y cambia del verde oscuro al naranja-marrón. Y como fondo de todo, el Pino mantiene su verde imperturbable.
Las flores aún aguantan un poco. Y algunos bulbos de Jacinto y Tulipán que estaban durmiendo, andan confusos pensando que ya es primavera y se han lanzado a brotar de nuevo.
He rescatado en fotos este abanico de colores del otoño.
Parthenocissus tricuspidata da ese tono rojo vino que alegra el corazón. |
La hoja del Arce |
La hoja y el fruto de la Parthenocissus. |
Aster. |
Alquequenje |
Hemos cogido riquísimo moscatel de la parra de casa. |
El otoño del Liriodendrón tulipífera |
La hoja del Castaño de Indias |
Estos dos sapos aparecieron un día en la balsa de riego.
Flotaban como
desmadejados en el agua y pensé que estaban muertos. Los saqué y "oh ,
sorpresa", estaban vivísimos.Los sapos son buenos amigos del huerto, no molestan a los cultivos y se comen los caracoles y babosas.
Don Sapo. |